lunes, 28 de noviembre de 2011

Quedan tres meses más

Después de enterarme que mi corazón no estaba funcionando como el de cualquier persona corriente, decidí seguir con uno de los consejos -el principal ciertamente- que mi médico me había recomendado.
Llevaba años en mi trabajo y a mi edad el stress era bastante insoportable, por lo cual presenté la renuncia y mediante un acuerdo con la empresa cobré indemnización como si hubiera sido despedido.
Decidí tomarme las cosas de forma más tranquila, y a la vez como siempre quise vivirlas.
Tuve la suerte de conocer a un editor de novelas y cuentos, que hace tiempo insistía con que publicara uno de mis trabajos. Nunca le había hecho caso porque siempre pensé que no iba a poder vivir de mis textos fantasiosos. Pero a esta altura no importaba. No quedaba mucho más que hacer y quería cumplir con uno de mis sueños de adolescente con lo que me quedaba de vida.
Habiendo vendido mi propiedad, tomé el auto y fui por la carretera.

El paisaje, según como iba queriendo verlo, acompañado por la música, me llevó hacia un pueblo alejado de la ciudad.

Elegir la nueva casa no costó demasiado. Era hermosa. Antígua y con olor a viejo, cosa que me molestaba, pero para cuando decidí comprarla, ese era el olor que buscaba, ya que indicaba que había resistido el paso de los años, y no era ninguna de esas propiedades mal construídas a base de cal y paredes finas e inestables.

Qué equivocado estuve!

La primer noche pude darme cuenta que aquel lugar no me pertenecía.

Sentado en mi escritorio, corregía viejos cuentos, acompañado por una lámpara que emitía la suficiente luz para poder ubicarla taza de café que estaba al lado de mi portátil.
Bach estaba sonando de fondo, muy sutilmente, con su Clave Bien Temperado, interpretado en el instrumento para el que fue tocado por Gustav Leonhardt. La clásica siempre acompañó mis mejores momentos de desvaríos, y para no romper la racha, esa noche no sería la excepción.

"Descansé en tu cuerpo y sentí que la muerte no podía ser más hermosa que de esa forma. Mientras tus lagrimas caían en mi rostro me despedí de vos, sonriendo."

Había terminado. Vi vista aun no requería de anteojos, pero sí se cansaba con más facilidad.
Apagué la portátil luego de guardar el documento y enviarlo por mail a la casilla del editor.
Me levanté de la silla y noté que las piernas me temblaban del cansancio.
Mi corazón latía fuerte y mirando el reloj maldije por olvidarme de tomar las pastillas que acomodaban mi ritmo cardíaco. Una de ellas era enorme y la detestaba porque solía quedar un largo rato en mi garganta por más que tomara agua hasta llenarme la panza. Supongo que esa negación por tomarlas había logrado hacer olvidara tomarlas en horario esa noche, y la anterior, y la anterior, la anterior… y seguramente la próxima.
Caminando hacia la cocina a oscuras comencé a sentir frío. La sensación fue inmediata, como cuando uno ingresa a un comercio con aire acondicionado, y me pareció raro, ya que el ventilador de pie que tenía encendido era inútil frente al calor abismal de verano que hacía esa noche.
Supuse que era un efecto nuevo de mi malestar, y volví a maldecir. Mi corazón comenzó a latir más fuerte y recordé que mi médico me había hecho otra recomendación importante: “Cuente hasta diez. Relájese.”
Cada paso que daba hacia la cocina representaba un número y cada dos pasos inhalaba y exhalaba el aire de mis pulmones.
De pronto, comencé a ver salir el vapor desde mi boca, imperceptible en verano, pero muy frecuente en invierno, cuando la temperatura del ambiente difiere de la corporal. El frío no era normal y me sentí en el refrigerador de una carnicería.
Mientras más pasos daba a la cocina, la luz se volvía cada vez más tenue. El clave de Bach era casi imperceptible a mis oídos.
Fue inevitable comenzar a asustarme. Cerré mis ojos tan fuerte como pude, tratando de relajarme. Pero lo que logré con eso fue sentir como en mi interior mi corazón latía a ese ritmo que una vez me llevó desde el trabajo a la guardia del hospital, inconsciente y moribundo.
Cuando abrí los ojos, estaba frente a mí esa horrorosa figura. Sonriendo y con ojos brillantes. Desnudo de pies a cabeza, todo marcado por cortes en diferentes partes del cuerpo, suturados con lo que parecía ser hilo de carnicero.
Quise gritar, pero no tenía aire. Las figuras a mi alrededor comenzaban a desvanecerse y me sentí mareado.
Me di la vuelta dispuesto a correr, pero apareció detrás de mí, como si se hubiera tele transportado.
Sentí un dolor punzante en la boca del estómago. Miré mi cuerpo y un cuchillo abría mi piel al ritmo frenético de su mano. Mi sangre chorreaba sobre su desfigurado rostro que reía a carcajadas.
Mi mente se apagó.
Olí a flores de jazmin.
Desperté sobre la cama gritando.
Miré a mi alrededor y la luz del día era fuerte. Ubiqué el reloj-despertador. Marcaba las doce en punto.
Fue un sueño.
Me levanté de la cama. Las piernas aun me temblaban de la impresión. Me dolía la panza del susto.
Fui al baño porque sentía la necesidad de orinar. Llegando al espejo miré mi rostro ojeroso, pero después noté que mi remera tenía unos manchones color carmesí.
Levanté mi remera y ahí estaban los cortes, suturados por hilo de carnicero, aun abiertos y sangrando.
Mi  corazón comenzó a latir con fuerza.
La casa estaba helada…

1 comentario:

  1. :) muy interesante tu relato creo q el miedo lo transmitis muy bien :)

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